Resumen: Lukács, El fenómeno de la cosificación

Georg Lukács, «I. El fenómeno de la cosificación» en Historia y conciencia de clase, La Habana, Instituto del Libro, 1970, pp.110-135.
Por Mauricio Prado
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La esencia de la estructura de la mercancía se basa en que una relación entre personas cobra el carácter de una coseidad, donde se esconde toda huella de su naturaleza esencial; el ser una relación entre hombres.

Hay que aclarar que el problema del fetichismo de la mercancía es un problema específico de nuestra época, un problema del capitalismo moderno. Es cierto que en estadios primitivos de la sociedad ya ha habido tráfico mercantil, pero lo importante aquí es: en qué medida el tráfico mercantil  y sus consecuencias estructurales son capaces de influir en la vida entera de la sociedad, igual la externa que la interna. Mientras que en las sociedades pre-capitalistas su relación con las mercancías era casual, en las sociedades capitalistas estas relaciones con las mercancías son las que rigen a la sociedad, olvidando que son relaciones sociales.

Al examinar este hecho estructural hay que observar ante todo que por obra de él el hombre se enfrenta con su propia actividad, con su propio trabajo, como algo independiente de él, como algo que lo domina a él mismo por obra de leyes ajenas a lo humano. Eso ocurre desde el punto de vista objetivo cuanto desde el subjetivo. Ocurre objetivamente en el sentido de que surge un mundo de cosas y relaciones cósicas cristalizado, cuyas leyes se les contraponen siempre como poderes invencibles, autónomos en su acción. Y subjetivamente porque, en una economía mercantil completa, la actividad del hombre se le objetiva a él mismo, se le convierte en mercancía sometida a la objetividad no humana de unas leyes naturales de la sociedad. Dice en ese sentido Marx: “Así pues, lo que caracteriza la época capitalista es que la fuerza de trabajo… toma para el trabajador mismo la forma de una mercancía que le pertenece”.

Si se observa el camino recorrido de los modos de producción se puede apreciar una creciente racionalización, una progresiva eliminación de las propiedades cualitativas, humanas, individuales del trabajador. El proceso de trabajo se descompone cada vez más en operaciones parciales abstractamente racionales, con lo que se rompe la relación del trabajador con el producto como un todo. La racionalización, en el sentido de un cálculo previo y cada vez más exacto de todos los resultados que hay que alcanzar, no puede conseguirse más que mediante una descomposición muy detallada de cada complejo en sus elementos, mediante la investigación de las leyes parciales especiales de su producción.

Así desaparece el producto unitario como objeto del proceso del trabajo. El proceso se convierte en una conexión objetiva de sistemas parciales racionalizados. Esta descomposición del objeto de la producción significa al mismo tiempo y necesariamente el desgarramiento de su sujeto. El trabajador queda inserto, como parte mecanizada, en un sistema mecánico con el que se encuentra como con algo ya completo que funciona con plena independencia de él, y a cuyas leyes debe someterse sin voluntad. Esto genera una actitud contemplativa por parte del trabajador.

La mecanización racional del proceso del trabajo no es, en efecto, posible más que cuando nace el trabajador “libre” capaz de vender libremente en el mercado su fuerza de trabajo como mercancía “suya”, como cosa poseída por él. Así pues, se cosifica la conciencia del trabajador. Esta conversión de una función humana en mercancía, revela con la mayor crudeza el carácter deshumanizado y deshumanizador de la relación mercantil.

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La objetivación racional encubre ante todo el carácter cósico inmediato, cualitativo y material de todas las cosas. Como los valores de uso aparecen sin excepción como mercancías, cobran una nueva objetividad, una nueva coseidad. La relación social se ha consumado de ese modo como relación de una cosa, el dinero, consigo misma. El capital acaba por presentarse de tal modo que arroja interés no ya como capital en funciones, sino como capital-dinero. Otra deformación es que, mientras el interés no es en realidad más que una forma del beneficio, o sea, de la plusvalía arrancada al trabajador por el capital funcionando, ahora el interés aparece, a la inversa, como el fruto auténtico del capital, como lo originario, y el beneficio, transformado ya en ganancia del empresario, aparece como mero accesorio y añadido que se agrega el proceso de reproducción. En ese momento se ha consumado la fetichización del capital.

Esta actitud se facilita aún por el hecho de que el proceso de transformación tiene que abarcar todas las manifestaciones de la vida social, si es que se han de cumplir los presupuestos del despliegue total de la producción capitalista. De este modo, el capitalista ha producido un derecho concorde con sus necesidades y estructuralmente adherido a su propia estructura. Así podemos apreciar cómo de la misma forma se ha racionalizado el derecho, haciéndolo rígido, estático y concluso. Este es un ejemplo de cómo el capitalismo influye en todas las esferas (derecho, administración, Estado) de la realidad, construyéndola con base en sus necesidades.

El capitalismo ha producido una estructura formalmente unitaria de la conciencia para toda la sociedad. Y esa estructura unitaria se manifiesta en el hecho de que los problemas de conciencia del trabajo asalariado se repiten en la clase dominante, refinados, sin duda, pero precisamente por eso también agudizados. El “virtuoso” especialista, el vendedor de sus capacidades objetivas y cosificadas, no sólo es espectador del acaecer social, sino también se suma en una actitud contemplativa respecto del funcionamiento de sus propias capacidades objetivadas y cosificadas. La “falta de conciencia y de ideas” de los periodistas, la prostitución de sus vivencias y convicciones sólo puede entenderse como culminación de la cosificación capitalista. Las cualidades y capacidades del hombre dejan ya de enlazarse en la unidad orgánica de la persona y aparecen como “cosas” que el hombre “posee” y “enajena” exactamente igual que los diversos objetos del mundo externo.

Esta racionalización del mundo, tiene, empero, un límite en el carácter formal de su propia racionalidad. Esto es: la racionalización de los elementos aislados de la vida y las resultantes leyes formales se articulan inmediatamente en un sistema de “leyes” generales, pero el desprecio de la concreción de la materia de las leyes, desprecio que se basa en su legalidad, se refleja en la real incoherencia del sistema legal mismo. Por eso puede Engels describir las “leyes naturales” del capitalismo como leyes al azar.

Esa irracionalidad, esa “legalidad”, no es sólo un postulado, un presupuesto del funcionamiento de la economía capitalista, sino también y al mismo tiempo un producto de la división capitalista del trabajo. Esa racionalización y ese aislamiento de las funciones parciales tiene, empero, como consecuencia necesaria el que cada una de ellas se independice y tienda a desarrollarse por sí misma, según la lógica de su propia especialidad, independientemente de las demás funciones parciales de la sociedad. 

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